miércoles, 24 de septiembre de 2008

MANUEL RODRIGUEZ


Mítico personaje de nuestra historia, participó con valentía en la emancipación nacional, engañando al bando realista con múltiples artimañas, desde maniobras bélicas hasta ingeniosos disfraces.
Manuel Rodríguez nació el 25 de febrero de 1785, en Santiago. Hijo del español Carlos Rodríguez de Herrera y de la peruana María Loreto de Erdoíza y Aguirre. Se tituló de abogado en 1809, al igual que sus tres hermanos.

Un año después de instaurada la junta de gobierno, en 1811, fue designado procurador del Cabildo de Santiago; pero este cargo lo ostentó por poco tiempo, ya que el golpe de Estado impulsado por Carrera el 4 de septiembre transformaría la dirección del país.

Rodríguez, al poco tiempo, fue elegido diputado, mientras que el gobierno lo designó como ministro de Guerra. El 10 de agosto de 1814, fue nombrado secretario de Estado y ministro de Guerra. Sin embargo, la tranquilidad alcanzada se remeció con la llegada de casi 4.000 hombres que buscaron aplacar los ánimos independentistas en el territorio. Manuel Rodríguez debió, entonces, dejar sus funciones administrativas, volcando todas sus energías hacia el campo de batalla.
 Un nuevo escenario
Tras el desastre de Rancagua (1814) y el regreso de los realistas al poder, las fuerzas patriotas debieron refugiarse al otro lado de la cordillera.

Rodríguez también partió; sin embargo, adoptó un papel de vigilante y mensajero, por lo que continuamente viajaba a caballo al país para recabar información, entregándosela a los principales artífices del Ejército Libertador: Bernardo O’Higgins y José de San Martín.

De esta manera, confundió a las tropas enemigas con diversas acciones por el territorio, permitiendo el avance sigiloso hacia el país de los patriotas, por diferentes puntos de la cordillera de los Andes. Esto le valió, además, la admiración popular, ya que el botín de los saqueos a los reductos realistas eran distribuidos entre los más pobres.

Tras el desastre de Cancha Rayada, ocurrido el 19 de marzo de 1818 y en el que las tropas realistas sorprendieron y derrotaron a las patriotas, Rodríguez alentó a los habitantes de Santiago para aunar fuerzas e impulsar la lucha armada. Organizó, entonces, una nueva fuerza militar, los Húsares de la Muerte, y fue proclamado por el pueblo como director supremo, cargo en el que duraría solo dos días.

Una vez que la tranquilidad retornó al país, Rodríguez fue detenido en el cuartel de San Pablo, en Santiago. El 25 de mayo de 1818 lo trasladaron a la prisión de Quillota. Sin embargo, antes de llegar a destino, en las proximidades de Tiltil, fue acribillado por sus custodios.

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