miércoles, 24 de septiembre de 2008

Las guerrillas de Manuel Rodriguez

El gobierno realista tuvo del lado de los patriotas un enemigo temible por su audacia y su talento en Manuel Rodríguez, antiguo secretario de don José Miguel Carrera.

Manuel Rodríguez no se conformaba con permanecer en Mendoza en la inacción y había regresado a Chile a emprender una campaña de montoneras y de vigilancia de los movimientos españoles. Recorría los campos en todas direcciones, penetraba a las ciudades, trababa amistad con todo el mundo, repartía proclamas revolucionarias y cartas de Mendoza, atravesaba la cordillera para comunicarse con San Martín en persona, y escapaba con una habilidad maravillosa a la persecución de la policía dirigida por San Bruno. Se valía de toda suerte de estratagemas y de la facilidad extraordinaria que tenía para disfrazarse. Aparecía unas veces de fraile, otras de minero, otras como mercader ambulante y no pocas como sirviente de las personas con quien deseaba hablar.

Cierto día, convertido en calesero, le abrió con su propia mano al mismo Marcó del Pont la portezuela de su coche y le acomodó el estribo para que se bajase. En una de sus travesías de la cordillera cayó en manos de los españoles disfrazado como trabajador. Le obligaron a componer un camino y trabajó dos días sin que nadie lo identificase. En otra ocasión se hallaba en casa de un subdelegado amigo, cuando le avisaron que venía un piquete a prenderle. Sin inmutarse, Rodríguez le pidió al juez que lo metiera en un cepo que allí había y le explicase al piquete que estaba preso por causa de ebriedad. Gracias a esta estratagema escapó. Fue el héroe popular de su tiempo y pudo organizar una guerrilla de montoneras entre Maipú y el Maule que distrajo y desesperó a los jefes españoles. Para sus correrías reunió un grupo de hombres de audacia ilimitada y aun verdaderos bandidos. Estas bandas se dispersaban por los campos dando golpes esporádicos donde menos se les esperaba. Un famoso salteador, José Miguel Neira, ovejero en su juventud y que había adquirido una reputación infame, capitaneaba una de estas bandas.

La máxima de Neira era matar al enemigo para que no pudiese vengarse. Manuel Rodríguez le exigió la promesa de no robar sino a los españoles. Neira con sus sesenta desalmados no la cumplía religiosamente; les daba sin embargo, a los españoles una preferencia incómoda. Sometía a sus secuaces a pruebas salvajes antes de engancharlos. El que no podía sufrir estoicamente veinticinco azotes y batirse en seguida con uno de los "veteranos" a machetazos no era aceptado. Entre sus compinches figuraba un individuo que se llamaba el fraile Venegas, porque vestía hábito monacal para los salteos.

"Las cabezas de Rodríguez y Neira fueron puestas a precio por Marcó del Pont. Mil pesos por cada cabeza y además el perdón de cualquier delito por horrible que fuese, era la oferta. A la inversa, los encubridores de los aborrecidos cabecillas tendrían los más crueles castigos; pero tal era el prestigio de Rodríguez que nadie lo delató. San Bruno iba de rancho en rancho ofreciendo comprar a precio de otra cualquier noticia sobre el paradero de Rodríguez.

Un buen día un campesino que quiso ganarse los mil pesos ofrecidos sin traicionar a Rodríguez y a Neira entregó a dos individuos que no eran ellos. Recibió el dinero y los sujetos llegaron a Santiago en medio de un inmenso gentío, repiques de campanas y grandes celebraciones por la captura. Pronto se descubrió el engaño y el prestigio de aquellos superhombres creció todavía más.

La influencia de esta guerrilla de montoneras en el desenlace de Chacabuco y Maipú fue considerable. Contribuyó sin duda a la desorientación de Marcó del Pont, que San Martín organizó astuta y pacientemente desde el otro lado de los Andes.

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